IMPLICACIONES: LINGÜÍSTICA


     Mientras los Antropólogos se venían preguntando como surgió el primer ser humano, los Lingüistas se han venido preguntando como surgió la primera palabra. Aunque como en muchos otros campos, la decadencia intelectual imperante ha desvirtuado esta línea de investigación poniendo énfasis en la complejidad progresiva de la estructura lingüística, en realidad el problema central de la esta disciplina no tiene nada que ver con esta posible progresión continua entre la comunicación animal y la humana, sino con el problema de la convención.

 

Efectivamente, desde el siglo XX venimos teniendo cada vez más claro que todos los idiomas humanos conocidos son convencionales. Esto quiere decir que una palabra es simplemente un ‘ruido’ que no tienen porque significar nada para nadie, excepto porque tenemos un ‘código’ o serie de reglas que le asignan un significado. Como el juego de los niños que cambian las vocales de las palabras o se inventan algún otro código secreto para hablar entre ellos sin que los demás los entiendan, con la diferencia de que esos códigos que llamamos idiomas son compartidos por millones de personas.

 

Esto es fácil de comprender si reflexionamos sobre el hecho de que la palabra ‘perro’ tiene un significado claro para los hispanoparlantes, pero no para los hablantes de otros idiomas; del mismo modo que para alguien que sólo habla español las palabras ‘dog’, ‘chien’, ‘hund’ o ‘innu’, carecen de cualquier significado, aunque para los hablantes de esos idiomas quieran decir lo mismo que para el hispanoparlantes quiere decir perro.

 

El problema es que para ponernos de acuerdo en un código nuevo, necesitamos otro más viejo en el cual comunicarnos. Como los niños del ejemplo que usan su idioma natal para ponerse de acuerdo e inventar el nuevo. El problema reside en preguntarse ¿cómo se creo el primer código convencional? Si no había un código anterior que usar. Pero la Arsología ha descubierto que antes del primer código convencional, los seres humanos ya compartíamos un código de origen biológico y que, mediante un mecanismo natural de la evolución tomamos esa función y la combinamos con otras como las del juego y la imitación para crear algo nuevo, el lenguaje que a diferencia de la comunicación animal es convencional .

 

En términos simples, la Arsología regresó el problema de la primera palabra a sus términos correctos y propuso un modelo de solución basado en los hechos observables, con lo que ha respondido a una de las preguntas fundamentales de la lingüística. La Lingüística deberá reestructurarse en consecuencia para asimilar o refutar los resultados de la investigación Arsológica. 


Implicaciones en:


Antropología
Sociología Ciencias Jurídico-Políticas
Pedagogía


Derrida y el problema de la escritura.

 

 

Uno de los autores consentidos de la ‘intelectualidad posmoderna’ es el francés Derrida. Este autor ataca sin empacho todo tipo de problemas desde una óptica puramente especulativa, sin preocuparse demasiado por el ‘estado del conocimiento’ en la historia o en las ciencias. Un ejemplo claro de ello es la forma en que aborda el problema de la escritura y de su relación con el lenguaje oral en la primera parte de su Gramatología, en un capítulo titulado: “El fin del libro y el comienzo de la escritura’. En este texto Derrida arranca anunciando ‘el problema del lenguaje’ como una manifestación contemporánea de un problema añejo: “Empero, nunca como en la actualidad ocupó como tal el horizonte mundial de las investigaciones más diversas y de los discursos más heterogéneos por su intención, su método y su ideología.”

 

Por una parte esta afirmación tiene un poco de la pedantería falta de consciencia histórica que caracteriza a los pensadores de esa generación; esto porque el problema del lenguaje ha ocupado en el pasado a muy diversos pensadores de muy diversos orígenes e inclinaciones y pensar que hoy en día tiene más relevancia resulta ingenuo. En concreto, el problema del lenguaje tiene una vigencia particular en un ámbito muy particular de la cultura occidental, a razón del descubrimiento entre los siglos XIX y XX de las características arbitraria y convencional del lenguaje, lo que presupuso el fin de la llamada ‘transparencia del lenguaje’ que consiste en la ilusión de que debe haber una relación esencial o necesaria entre los fenómenos y los vocablos que usamos para designarlos en nuestra lengua materna.

 

En cuanto a la supuesta inflación del lenguaje a que alude Derrida, cuando dice que: “Esta inflación del signo “lenguaje” es la inflación del signo mismo, la inflación absoluta, la inflación como tal”, se trata más bien de un problema de ‘monismo’ o ‘simplismo’, del mismo tipo que suele aquejar a los especialistas de cualquier campo. Es común escuchar a un físico declarar que la física lo abarca todo, lo mismo que a un químico o a un jurista. Sin embargo, en la realidad el lenguaje nunca ha dejado de ser más que un aspecto específico de la existencia, si bien para el ser humano ha tenido siempre una importancia capital.

 

Desde la perspectiva de la Teoría General del Arte (TGA) podemos decir que el lenguaje como sistema de representaciones ocupa un lugar intermedio dentro de la superestructura cultural, entre el arte y la realidad (reino de las cosas, del latín res=cosa). En este sentido el problema del supuesto desplazamiento del lenguaje hablado por la escritura se evidencia como un no-problema, en tanto que problema de estudio científico, si bien puede ser un problema para pensadores especulativos poco rigurosos.

 

Lo anterior es así, porque la investigación Arsológica ha mostrado como toda nuestra ‘realidad’, en tanto que artificial (del latin ars=arte, artificial=creado por el arte), no es más que un sistema iterativo de representaciones, en donde la escritura sería simplemente una iteración más, posterior al lenguaje hablado, musical, matemático, etcétera, que representa y anterior al mundo de las ‘cosas’ concretas. Por otra parte, una definición simple de escritura como distinta a representación pictórica o de otros tipos, nos permite observar históricamente la relación temporal entre el habla y el lenguaje escrito que la representa y no caer en la simplicidad de pretender que haya algún tipo de proto-escritura primordial anterior al lenguaje hablado. Puesto de otra manera, los primero actos de los primeros seres humanos son el antecedente de todo en nuestra cultura y, adoptando esta posición simplista podríamos debatir hasta la eternidad si el primer gruñido gutural del primer ser humano constituyó un acto de “escritura”, de “arte”, de “ciencia” o de cualquier otra cosa.

 

Por otra parte, la alternativa planteada por Derrida de la escritura entendida como una mera traducción formal del lenguaje hablado tampoco es viable. Esto se evidencia del hecho notorio de que la gente no suele hablar igual que como escribe; tanto el vocabulario como la organización de las ideas suele ser muy diferente. Además Derrida, al generalizar la escritura, generaliza también el sistema formal representado por la escritura, sin darse cuenta que la escritura como medio puede ser aplicable a cualquier sistema formal de significación. De esta manera, resulta irrelevante su ejemplo de la escritura matemática como una muestra de que la escritura pueda ser previa, superior o por lo menos independiente de la lengua hablada. Baste el ejemplo de la música, que puede escribirse sin necesariamente ser verbalizada, no hacía falta recurrir a las tan de moda tecnologías de la información para ver que hay sistemas de representación o codificación aplicados a sistemas formales de significación diversos a los de la lengua hablada, ni al hecho de que un mismo sistema de codificación puede aplicarse a varios sistemas significativos. Así como el código binario puede codificar tanto la lengua hablada como las imágenes para una computadora. La escritura ideográfica o fonética puede codificar todo tipo de sistemas significativos, baste la poesía y su sistema de evocación de sensaciones organolépticas que rebasa con mucho el contenido ‘lingüísitco-verbal).

 

Por otra parte, habría también que realizar un análisis histórico serio sobre el desarrollo de la notación matemática, para determinar el muy poco probable caso de que los conceptos representados por los signos matemáticos hayan sido creados directamente en ese sistema de notación sin pasar por una etapa verbal. Sabemos que las bases del pensamiento matemático abstracto se encuentran en el arte del Neolítico y nos parece improbable que las personas de esta época hayan podido convencionalizar estas formas artísticas para crear los conceptos matemáticos sin el uso intermedio del lenguaje hablado.

 

El verdadero problema que observamos en Derrida es su aproximación cínica a la esencia arbitraria y convencional del lenguaje, a la cual, en su totalidad como sistema, se refiere como juego. Falla al observar que si bien puede calificarse de juego, es precisamente esta estructura lo que nos define como seres humanos, como especie, y que posibilita nuestra supervivencia. De tal suerte, el problema del lenguaje no puede ser otro que el de la ‘transparencia del lenguaje’. Pero siempre que estemos conscientes de la convención y la usemos a nuestro favor, no debe haber problema. Ciertamente, la estructura lingüística es una estructura de poder que define la totalidad del mundo artificial que los humanos nos hemos creado para tener ventaja frente al mundo natural en que tan mal nos iba, por lo que no tiene sentido pelearnos con las estructuras de poder del lenguaje, sino más bien reconocerlas y dominarlas a nuestro favor.

 

A fin de cuentas, el problema de la relación entre la escritura y el habla no es más que una cuestión particular de entre el más general problema de ‘la representación’. En este sentido, de manera convencional, cualquier sistema de producción de estímulos perceptibles es susceptible de constituir un ‘medio’ para representar cualquier sistema formal de significados. Es un caso muy similar a los de la pintura, la música, etcétera, cuando se usan para hacer arte. En todos los casos, el acto de la representación implica necesariamente una pérdida o ganancia de significado, de acuerdo con la ‘Ley de Pérdida de Resolución’, derivada de la TGA.


Implicaciones en:

Antropología
Sociología Ciencias Jurídico-Políticas
Pedagogía